Desde los orígenes de la vida en la Tierra, los seres vivos han estado inmersos en un entorno electromagnético natural. La luz solar, las tormentas eléctricas, el campo magnético terrestre o los rayos cósmicos forman parte de un sistema ambiental al que el organismo humano se ha adaptado durante millones de años. Estos campos naturales son irregulares, caóticos y variables en el tiempo y el espacio. Se caracterizan por una baja coherencia, una polarización aleatoria y una densidad de potencia electromagnética reducida, lo que les confiere una forma de interacción suave y poco agresiva con los procesos biológicos.
Este equilibrio electromagnético natural ha sido parte esencial del ecosistema del planeta, influyendo en funciones tan sensibles como el sueño, el ritmo circadiano, la orientación biológica o la actividad cerebral. Sin embargo, este delicado balance se ha visto alterado en las últimas décadas por la irrupción masiva de tecnologías que emiten campos electromagnéticos artificiales, dando lugar a un fenómeno creciente conocido como contaminación electromagnética.
Hoy en día, vivimos rodeados de fuentes emisoras de radiación no ionizante: antenas de telefonía móvil, dispositivos WiFi, radares, hornos microondas, ordenadores, televisores, teléfonos inalámbricos o redes 5G, entre otros. Estos campos artificiales no solo son más abundantes, sino que presentan características estructurales muy distintas a las naturales: ondas coherentes, frecuencias constantes y polarización fija, diseñadas para transmitir datos digitales de forma rápida y eficiente. En términos físicos, esto implica una vibración electromagnética repetitiva y orientada, que puede interaccionar de forma muy diferente con el cuerpo humano.
A diferencia de los campos naturales, que el organismo ha aprendido a integrar sin consecuencias adversas, la estimulación repetitiva de los campos artificiales puede generar una carga electromagnética sostenida. Numerosos estudios en biofísica y biología celular han empezado a evidenciar cómo estas señales estructuradas podrían actuar sobre componentes fundamentales del cuerpo humano: membranas celulares, canales iónicos, estructuras del ADN o sistemas neuroendocrinos. Los efectos no se deben a un exceso de energía, sino al modo en que esta energía se organiza y se mantiene en el tiempo.
Con el tiempo, esta sobreestimulación puede traducirse en un desequilibrio bioeléctrico que afecta directamente al sistema nervioso y a los mecanismos de autorregulación celular. Entre los primeros síntomas asociados a esta disfunción se han observado fatiga persistente, insomnio, estrés, apatía, bloqueos psicológicos, déficit de atención o dolores de cabeza recurrentes. Si la exposición continúa, estos desequilibrios pueden evolucionar hacia trastornos inmunológicos, estrés oxidativo y alteraciones metabólicas, incluyendo una mayor producción de radicales libres o procesos inflamatorios crónicos.
Esta situación ha generado inquietud en la comunidad científica y en la sociedad en general. Instituciones internacionales, como el Parlamento Europeo, han pedido aplicar el principio de precaución, reconociendo que los efectos biológicos de las radiaciones no ionizantes aún no se comprenden en su totalidad, pero podrían ser significativos a medio o largo plazo. Multitud de científicos han advertido que la estructura del campo electromagnético, más que su intensidad, es lo que determina su impacto sobre la salud.
En este contexto, comprender la naturaleza, polarización y densidad de los campos electromagnéticos que nos rodean se vuelve fundamental para avanzar hacia un modelo de desarrollo tecnológico compatible con la biología humana. La convivencia entre tecnología y salud no exige una renuncia al progreso, sino una integración más consciente, informada y respetuosa de los límites biofísicos del cuerpo humano.
Los campos electromagnéticos (CEM) están presentes de forma natural en el universo. Provienen de fuentes como la luz solar, el campo magnético terrestre, las tormentas eléctricas y los rayos cósmicos. Estos campos se caracterizan por ser:
Estos campos naturales se caracterizan por:
La densidad de potencia electromagnética se refiere a la cantidad de energía que un campo transmite por unidad de superficie. Se expresa en vatios por metro cuadrado (W/m²). Por ejemplo, la radiación solar difusa o un rayo cósmico ocasional tiene una densidad baja y no constante.
Las células humanas han evolucionado expuestas a este entorno natural, y su biología está adaptada a esa variabilidad, sin efectos negativos conocidos.
En contraste, los campos electromagnéticos artificiales, generados por tecnologías humanas (telefonía móvil, WiFi, microondas, antenas), presentan características muy distintas Se diferencian porque tienen:
Por ejemplo, un teléfono móvil en llamada puede emitir cerca del oído una densidad de 1–2 W/m² de forma sostenida. Un router WiFi puede generar entre 0,01 y 0,1 W/m² a un metro de distancia. Estos niveles, aunque legalmente aceptados, no tienen equivalente en la naturaleza.
Estas diferencias estructurales hacen que los campos electromagnéticos artificiales (por su alta coherencia, polarización fija y proximidad constante al cuerpo) puedan interactuar con el organismo de forma más invasiva y disruptiva. Esta interacción no se limita a calentar los tejidos (como ocurre con un microondas), sino que va mucho más allá: afecta el equilibrio bioquímico de las células, incluso a niveles de exposición considerados seguros por las normativas actuales.
Uno de los efectos más documentados es la generación de radicales libres o especies reactivas de oxígeno (ROS). Estos son compuestos altamente inestables que dañan estructuras celulares como proteínas, membranas lipídicas y el ADN. Según el informe de Yakymenko et al. (2018), la exposición prolongada a campos artificiales puede aumentar significativamente la producción de estos radicales, generando estrés oxidativo crónico.
Este estrés oxidativo debilita las defensas antioxidantes naturales del cuerpo y está relacionado con múltiples problemas de salud, como inflamación celular, envejecimiento acelerado, trastornos neurológicos y riesgo de enfermedades degenerativas. Además, puede alterar el equilibrio iónico de la célula, afectando a los canales de calcio y sodio, que son esenciales para la comunicación entre neuronas y para la función muscular y hormonal.
En resumen, el cuerpo humano, al estar diseñado para convivir con campos naturales variables, no está preparado para soportar una exposición constante a señales artificiales, repetitivas y altamente estructuradas, lo que puede desencadenar procesos de desequilibrio celular silenciosos pero acumulativos. Este es uno de los motivos por los que cada vez más estudios recomiendan minimizar la exposición continua y fomentar entornos electromagnéticamente neutros o modulados.
Este estrés oxidativo debilita las defensas antioxidantes naturales del cuerpo y está relacionado con múltiples problemas de salud, como inflamación celular, envejecimiento acelerado, trastornos neurológicos y riesgo de enfermedades degenerativas. Además, puede alterar el equilibrio iónico de la célula, afectando a los canales de calcio y sodio, que son esenciales para la comunicación entre neuronas y para la función muscular y hormonal.
En resumen, el cuerpo humano, al estar diseñado para convivir con campos naturales variables, no está preparado para soportar una exposición constante a señales artificiales, repetitivas y altamente estructuradas, lo que puede desencadenar procesos de desequilibrio celular silenciosos pero acumulativos. Este es uno de los motivos por los que cada vez más estudios recomiendan minimizar la exposición continua y fomentar entornos electromagnéticamente neutros o modulados.
Una onda electromagnética está compuesta por un campo eléctrico y un campo magnético , ambos perpendiculares entre sí y a la dirección de propagación . La polarización describe la orientación del vector en el plano transversal.
Según las amplitudes y desfases, el campo puede ser:
Estas ondas son altamente ordenadas y coherentes, comunes en fuentes artificiales.
Las células humanas no son estructuras aisladas: se comunican, intercambian sustancias y generan energía utilizando gradientes eléctricos naturales a través de sus membranas. Estos procesos dependen de un delicado equilibrio bioeléctrico que regula desde la actividad de enzimas hasta la expresión genética. En este contexto, los campos electromagnéticos artificiales altamente polarizados (como los generados por teléfonos móviles, WiFi o antenas) pueden alterar ese equilibrio.
A diferencia de los campos naturales, que son caóticos y no polarizados, los campos artificiales vibran en una única dirección fija (polarización lineal o circular) y con una estructura muy ordenada (alta coherencia). Esta regularidad los convierte en señales «agresivas» desde el punto de vista biológico, porque el cuerpo no está diseñado para recibir estimulación electromagnética constante, en una misma dirección, y durante horas seguidas.
Esta estructura polarizada amplifica el riesgo de que el campo interfiera con funciones celulares vitales. Los principales mecanismos alterados incluyen:
Cuando hablamos del impacto de los campos electromagnéticos (CEM) artificiales en el cuerpo humano, no solo importa la cantidad de energía que transportan, sino también cómo está estructurada esa energía. En particular, la polarización del campo electromagnético (es decir, la orientación fija en que vibra su campo eléctrico) puede influir tanto o más que la intensidad. Estudios científicos (Panagopoulos, Johansson y Carlo, 2015) han observado que la polarización fija, típica de las ondas artificiales (como las emitidas por teléfonos móviles, antenas o redes WiFi), incrementa notablemente la capacidad de estos campos para interactuar con las células humanas.
El motivo es que, al vibrar siempre en la misma dirección, un campo eléctrico polarizado ejerce fuerzas constantes sobre las moléculas cargadas presentes dentro y fuera de las células, provocando varios efectos biológicos.
En primer lugar, esas fuerzas electrostáticas continuas actúan sobre iones esenciales (como Ca²⁺, Na⁺, K⁺), fundamentales para el funcionamiento del sistema nervioso, la contracción muscular y el metabolismo. Este arrastre electromecánico anómalo de los iones altera su distribución natural, produciendo desequilibrios en el ambiente iónico y perturbaciones en la señalización celular.
En segundo lugar, la exposición a un campo polarizado puede inducir la apertura involuntaria de canales iónicos en la membrana celular. Las membranas poseen canales que se abren o cierran según el voltaje; cuando un campo externo oscila siempre en un mismo plano y con cierta frecuencia, puede forzar la apertura de estos canales (especialmente los canales de calcio). Como consecuencia, ingresa un exceso de iones al interior celular de forma no controlada. Esto descompensa el medio intracelular y desencadena estrés en la célula, sobrecarga de ciertas enzimas y la activación de vías de defensa para intentar reestablecer el equilibrio.
En tercer lugar, las ondas polarizadas tienden a producir interferencias constructivas locales al superponerse, generando zonas donde la intensidad del campo se refuerza. Esto implica que, aunque el valor medio del campo sea bajo, en ciertos puntos el campo electromagnético puede multiplicar su intensidad de forma espontánea. Dichos picos localizados de intensidad pueden dañar estructuras celulares sensibles, como las mitocondrias, el núcleo o la propia membrana plasmática.
Estos mecanismos explican por qué los campos polarizados resultan más bioactivos que los campos no polarizados de igual intensidad. Un experimento ilustrativo descrito en la literatura expuso células epiteliales humanas a radiación de ~35 GHz con distinta polarización. Se observó que, cuando la onda estaba polarizada linealmente, causaba daños significativos en las membranas celulares y condensación del material genético; en cambio, con una onda de igual intensidad, pero polarización circular, los efectos perjudiciales fueron mucho menores. Este resultado demuestra que la forma de la señal (su estructura polarizada) puede ser más relevante que la intensidad física de la radiación en cuanto a sus efectos biológicos.
En conclusión, el cuerpo humano no reconoce los campos electromagnéticos polarizados como parte de su entorno natural. Por tanto, responde a ellos como a estímulos extraños, capaces de alterar funciones internas sin necesidad de calentar los tejidos. Este tipo de interferencia estructural no produce un daño térmico inmediato, pero sus efectos pueden ser acumulativos y sistémicos, afectando a múltiples niveles del organismo con el tiempo. Por ello, la comunidad científica ha comenzado a considerar la polarización como un parámetro clave al estudiar los bioefectos de los CEM, abriendo la puerta al desarrollo de tecnologías de protección que modulen o neutralicen dicha estructura para mitigar su impacto en la salud.
Esta situación ha generado cierta inquietud en la sociedad. Por ello, multitud de científicos y organismos internacionales alertan sobre los efectos biológicos que estas emisiones pueden tener sobre las personas. Así, autoridades de la Unión Europea han recomendado a los Estados miembro que apliquen el principio de precaución, y multitud de científicos y organismos internacionales alertan, sobre los efectos biológicos potencialmente nocivos a medio o largo plazo sobre el medio ambiente y la salud humana.
Pranan Technologies ©
The purpose of this study has been to assess the effectiveness of the application of the technology developed and patented by Pranan Technologies and which is incorporated into the devices.
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